Carlos Antonio Carrasco,
La Razón, 04 05 2025
El pasado sábado 26 de abril podrá ser recordado como la jornada emblemática para cotejar las diversas aristas que asemejan o difieren los dos tipos de poderes: aquel que emana de la voluntad humana y ese que se atribuye al designio divino.
La plaza romana de San Pedro sirvió de escenario para los oficios litúrgicos del funeral del papa Francisco, el vicario de Cristo sobre la Tierra, bajo la atención contrita de 400.000 espectadores que incluían 61 jefes de Estado y otros representantes de 126 países. Entre ellos sobresalía Donald J. Trump, el ubicuo presidente americano que, en los primeros 100 días de su gobierno, se empeña en demostrar con sus decretos ejecutivos que su poder no solo abarca su propia área territorial, sino que es capaz de alterar y poner en vilo al resto del planeta, declarando: “Yo dirijo este país y el mundo”.
En suma, además se jacta de que la mayor parte de sus homólogos en los cuatro continentes se agachan ante sus medidas e imploran clemencia en las negociaciones sean estas de índole mercantil o militar. O sea, al aspirar a convertirse en el emperador planetario representa el vivo retrato del poder temporal sobre la Tierra, que terminará al finalizar su periodo constitucional. En cambio, ahora presenciaba en aquella circunstancia cómo sin otra arma de persuasión que la promesa de la vida eterna y predicando el evangelio, Francisco, aun muerto, movía multitudes de poderosos y humildes que asistían para rendirle el último homenaje. Singular poder que crece desde hace 2.000 años transitados ya por 266 papas y que, ante la desaparición de este último, se convocará el 7 de mayo, al cónclave de cardenales que, en encierro ultra seguro, elegirán por voto secreto a su sucesor. De los 252 purpurados titulares, solo participarán en los comicios 135 (menores de 80 años); del total 29 vienen del África, 37 de Asia, 114 de Europa, 36 de América del Norte, 32 de América del Sur y cuatro de Oceanía. Como se exige dos tercios para la victoria, el escrutinio se repite hasta conseguir ese objetivo y expulsar el humo blanco, señal que habemus Papa.
Entonces, el elegido se convertirá no solo en cabeza de la Iglesia Católica, sino también en jefe del Estado del Vaticano, monarquía electiva, cuyo territorio de 44 hectáreas es su sede administrativa, sujeto de Derecho Internacional con relaciones diplomáticas con otros países del mundo.
La analogía entre ambos detentadores de poder, aunque evitable, se torna pertinente entre el inquilino de la Casa Blanca y el ocupante del Vaticano.